jueves, 23 de julio de 2009

Alas de Pájaro Piedra

CONTIGOAPANYCEBOLLA de Alex Carr

Fondos por micro mo o viceversa...trompetín por Alex Carr, en fin, si no fuera por él este cuadro estaría en la basura. Nunca supe qué era un trompetín.

domingo, 12 de julio de 2009

A veces no llueve

En construcción.


A veces la pereza, o quizás el cansancio, me hace olvidar que me encanta dibujar...que me traslada a otro mundo que adoro, que me hace sonreír. Fiestas particulares...unipersonales...música y vino blanco. Una gran sonrisa, los ojos abiertos y risueños.

miércoles, 1 de julio de 2009

Desatando nudos I

Cuando desde dentro algo te estruja las entrañas, y no te deja estar las vísceras,
te ata un nudo fuerte, una trenza infinita, la aprieta con fuerza entre las manos
y el cuerpo se te encoge, incapaz de ir hacia afuera...


"DESATANDO NUDOS"

Hay épocas en que el desatador de nudos tiene demasiado trabajo, pero a él no le importa porque carece de nudos en su interior. Son tiempos de soledad y desamores.

Empezó poquito a poco, desatando las redes de los pescadores, que cuando volvían de pescar las traían enredadas. Parecía un trabajo fácil. Mientras hablaba con los peces moribundos movía sus dedos ágilmente hasta dejar las redes sin un nudo. Todos le apreciaban por esa habilidad tan especial, porque antes de conocerle eran las mujeres las que solucionaban el problema de una manera más drástica, cortando los nudos y volviendo a tejer. Ahora no sólo les ahorraba tiempo, además les libraba de cierto malestar. Los pescadores creían que los nudos los ataban los peces como venganza por ser atrapados. Y estaban convencidos que en los hilos anudados se concentraba el odio de la lucha, todo lo negativo que había en ello. Por eso los cortaban, para deshacerse de la culpa, poder comer tranquilos, y así volver a pescar.

El desatador de nudos cuando hablaba con los peces les parecía un sacerdote que daba la extremaunción, que le dejaba morir en paz. La gente acostumbraba a rodearlo en ese momento, sólo le miraban y ponían sus orejas muy cerca para escuchar las palabras entrecortadas de los peces. Por más que pensaban no lograban entender cómo era posible aprender a hablar en el intervalo de tiempo que pasaban de estar en el agua a la arena, pero así era. Y uno a uno los peces al dejar de mal respirar, dibujaban una sonrisa minúscula en sus cabezas, lo suficientemente grande para que a los pescadores y a sus familias les pareciera un espectáculo digno de observar, una y otra vez.


Un buen día los peces dejaron de sonreír, el desatador de nudos no lograba hacerles entender porqué los mataban, y las conversaciones se alargaban hasta el amanecer. No podía remediarlo, los peces morían tristes y malhumorados.

Y sucedió que por empatía la gente del pueblo entristeció. Ya no les gustaba contemplar como el desatador de nudos trabajaba, le giraban la cara al llevar las redes y se marchaban cabizbajos. No le culpaban, pero ahora eran ellos quienes sentían un malestar en el estómago.

Esos peces sin sonrisa se les indigestaban, qué otra cosa podría ser. Poco a poco vieron aparecer entre sus barrigas gruesas líneas entremezcladas, formando una especie de ovillo. Cada día crecían más y más, era evidente que eran nudos, y peores que los de las redes. Pero los pescadores se tapaban las barrigas con las manos, aparentando que todo iba bien. ¿Bien?, pensaba el desatador de nudos. Bien, si tienes un pescado feliz en la barriga. Bien, si las cosas te sonríen al pasar. Bien, si tu camino se une al de otros sin torcerse.

El desatador de nudos dejó las redes a un lado y los peces al otro y se despidió de ellos volviéndolos a echar al mar.