martes, 19 de mayo de 2009

Lastres



Las piedras que recogía al amanecer eran pesadas pero necesarias y útiles para la inmersión. Las metía dentro de una red y la ataba con una cuerda a uno de sus tobillos. Formaban parte importante del trabajo, porque le permitían bajar más rápido y así permanecer más tiempo sumergida. Un lastre. Como los problemas, a nadie le gusta recogerlos, pero ahí están, con su pesado sentido, aprender algo de ellos. Lo mejor de todo era cuando ya habían hecho su función y las soltaba, les daba las gracias, cortaba la cuerda que la unía a ellas y se sentía liberada. Salía disparada, ZAS!, hacia la superficie y respiraba por fin un aire que parecía nuevo.

viernes, 8 de mayo de 2009

L. Shu

L. Shu no era una niña como las demás . Apenas nació, la comadrona se quedó perpleja, fue un parto sin complicaciones, pero en vez de ver aparecer su cabeza, lo primero que vieron salir de las entrañas de la mamá fueron unas gerberas granates, unas florecillas similares a las margaritas. Cómo habrían llegado hasta allí unas flores originarias del África del Sur. Pensaron: "¿Esta mujer está dando a luz una flor?, no, para nada, era L. Shu.
L. Shu nació sin pelo, con un gorro de nadar rosa chicle con 32 florecillas granates perfectamente dispuestas sobre él.
Increíble!, la comadrona se quedó blanca al verla, y como no encontró palabras para explicar el suceso, cortó el cordón umbilical, y se la llevó a parte. Con mucho cuidado intentó desprenderle ese extraño gorro de la cabecita, cuando de repente la niña echó a llorar, disgustada por lo que a ella le pareció un agravio. La mamá se alegró al oír su llanto, creyendo que había recibido esa primera pequeña bofetada de la vida, y sin conseguir su objetivo la comadrona la dejó en el regazo de su madre con cara de circunstancia. Su madre no pareció extrañarse, en cambio le ofreció una dulce sonrisa , y con la típica vestimenta blanca que usaba para su trabajo diario comenzó a limpiar, al igual que una gata, de mucosa y sangre las preciosas florecillas de la cabeza de su niña. Cuando estuvo completamente limpia, acercó su rostro al de la pequeña, e inspiró lentamente, para olerla bien, estaba convencida de que la suya era una niña completamente sana, porque su pequeña olía a sal. Cuando hubo terminado le susurró al oído: "bienvenida al mundo L. Shu, no te inquietes, pronto volveremos al mar, cuando te recuperes volveremos al trabajo, quizás esta vez encontremos alguna perla"